jueves, 3 de enero de 2008

La ciudad bajo mis ojos

¿Por qué es tan trágica la visión de un cadáver animal sobre la vereda? ¿Por qué causa tanta impresión, y resulta tan grotesco, tan desagradable? Estaba con mi novio y caminábamos de la mano hacia la casa de su madre, cuando vi esos pequeños restos. Algo le había pasado a ese cuerpecito; algo, más allá de la muerte. Qué, no lo sé, pero era evidente que estaba carcomido, roído, y sus entrañas estaban a la vista. No sé qué animal era, la vida de ciudad me ha quitado ese conocimiento. Apenas sé sus nombres, pero no puedo unir el nombre con la cosa/el ente en sí. ¿Rata, ratón? Diría yo que era un ratón, pero a fuer de adivinar.

Qué vida tan rara, la del hombre de la ciudad industrial, de los conurbanos. Somos como fieras en jaulas de techos de acrílico, que dejan pasar el sol, pero nos agobian de todas formas. La ciudad nos roba cualquier contacto con la naturaleza, hasta que ésta, en una especie de rebelión a gritos y condenada al fracaso por lo efímera, nos lanza algún signo de advertencia, algún recordatorio de que estamos vivos y de que también tenemos instinto.

¿Sirven esos recordatorios? ¿A mí, me sirvió el cadáver para algo? No... la vida maniática sigue siendo la misma, yo sigo respirando y apresurándome para encerrarme en un cuarto distinto a aquél en el que duermo. Sigo comprando comida envuelta en plástico. Sigo escuchando bocinas y pisando el asfalto. Sigo alienándome y alejándome de mi humanidad cada vez más.

Relojes, horarios, cumplir. Sueldo, inflación, estrés. Encierro, trabajo, eternidad. No se refería Dios a esto cuando hablaba del sudor de mi frente. Si viviésemos una vida natural, y no esta construcción mecánica, falsa e hipócrita del capitalismo salvaje, descansaríamos cuando hubiese tormentas y se hiciera de noche en pleno día. Descansaríamos cuando oscurece, y en invierno trabajaríamos menos horas. Pero no. Porque no somos libres de elegir cómo vivir. Y por eso nos tenemos que doblegar. Bajamos la cabeza y dejamos que nos maneje la vida aquél que por alguna razón sin sentido tiene más dinero que nosotros (heredar dinero y por ende, poder, de un progenitor no es una razón que tenga sentido. En realidad, no hay ninguna razón que tenga sentido para que alguien tenga poder sobre las vidas de otras personas, a menos que lo use para el bien de ellas).

¿Por qué no rebelarnos, como la naturaleza? Porque si me rebelara, no cambiaría nada. Dos cosas podrían suceder: una, obligar a ése que tiene poder sobre mi vida a que deje de tenerlo por medio de la fuerza y generar una revolución de sangre y retribución y entonces yo sería el nuevo tirano; dos, si no usara la fuerza e intentara persuadirlo, él se negaría porque es un hecho que casi ningún ser humano que tiene dinero va a querer desprenderse siquiera de un poquito de él.