domingo, 9 de marzo de 2014

Servir

De repente, mientras cortaba el queso y el dulce y armaba la tablita con un diseño en la presentación (tenía que ser un plato bello de mirar), me di cuenta de que me sentía feliz de poder servirlos.

Ellos estaban (todavía están) pasando un buen momento, y yo, también, escuchándolos explicando las reglas del juego de mesa y entendiéndolas.

Y como estaban pasando un momento lindo, quise regalarles una comida preparada y servida por mí. Por eso corté cinco rebanadas de dulce de batata, y cinco rebanadas de queso cremoso, apiladas en cinco binomios. Uno de los cinco binomios era especial, distinto de los demás, porque tenía láminas de chocolate amargo que se habían desprendido de la tableta de chocolate águila que había cortado y repartido antes.

Y llevé la tablita a la mesa en la que ellos estaban sentados y me senté en la cabecera de la mesa que estaba libre, que habían dejado libre porque no estaba en una de las posiciones de los jugadores. Aunque sí estaba sentada físicamente frente al tablero, no estaba en una posición de jugador, ni tampoco el lugar directamente en frente mío, sino que los jugadores estaban a mis costados.

En fin, estaba en la cabecera porque no jugaba el juego. En la cabecera los podía mirar a todos a la cara, mientras que ellos entre sí, no podían hacerlo con quien tenían directamente al lado. Porque con quien se sientan justamente al lado no tienen visión directa, a menos que se vuelvan a mirarse entre sí y dejen de ver a todo el resto.

No, yo en la cabecera los podía ver a todos (y ellos a mí) Y aunque mi preferencia por uno de ellos es clara, tengo preferencia hacia uno solo de ellos, porque lo amaba más que a todos, lo amo más que a cualquiera, aunque mi preferencia es clara, le di la porción especial a ella, porque sabía que estaba sufriendo. Ella es más sensible que todos nosotros, y en el día de ayer murió una perrita que ella había rescatado y apadrinado, de una situación de abuso y maltrato horrorosa.

Ella sufría más que todos nosotros, incluso más que yo, porque aunque soy muy sensible, no había vivido la experiencia de ver a la perra sufriendo, de rescatarla, de cuidarla e intentar curarla, y de que se me muriera en los brazos prácticamente.Y ella sí lo vivió. Y yo únicamente podía dolerme con ella, pero desde afuera, porque sólo podía imaginarme su tristeza.

Ella sufría, y por ende merecía - o más bien, necesitaba- la porción especial.

Como necesitaba aliento, consuelo, fuerza, ella tomó de la tabla la porción especial, y lo más curioso es que ella no sabía que había una porción especial, siquiera. Pero la tomó de todos modos.

Los demás se dieron cuenta de que su porción tenía láminas de chocolate, mientras que las que ellos tenían, no. Incluso, uno de ellos le hizo una broma al otro que tampoco estaba explicando las reglas. Era genial, la broma: -Te estás muriendo porque pensás en este momento: "¿Por qué no elegí ese pedazo yo?" ¡Sí! ¡Sí! Lo estás pensando de verdad, lo dice tu cara.

Ella comió la porción especial de queso y dulce. Ellos también comieron, yo también comí la mía. Y mientras comía, volví a pensar lo que pensé en la cocina: Me hace muy feliz verlos, estar con ellos, pasar mi tiempo con ellos, reír con ellos, y compartir una comida con ellos.

Me hace feliz prepararles algo de comer, me hace feliz sorprenderme con el mismo orden de las cosas que no fue planeado por mí y es perfecto, me hace feliz darme cuenta de que las cosas resultaron incluso mejores de lo que yo hubiera podido planificar.

Me hizo feliz darme cuenta de que las cosas sucedieron de manera perfecta sin que nadie lo hubiese ordenado. De que la persona que más alimento necesitaba, recibió la porción especial. Las cosas se ordenaron solas, porque todos obramos de modo perfecto sin esfuerzo, sin tener que planearlo, o estando pendientes de lo que hacíamos. Cada uno obraba según otros fines, yo, servirlos, ellos, comer, seguir explicando el juego, seguir prestando atención...

Me hizo feliz quererlos, mirarlos divirtiéndose, alegrándose con sencillez de estar juntos y jugando a algo... Me hizo feliz que jugasen a algo, porque verlos jugar es gozar viéndolos, son como niños felices que ríen y preguntan y aprenden.

Me sentí feliz de estar en la cabecera porque me di cuenta de que en esa posición podía hacerles más placentero su juego, preparándoles algo rico, estando atenta a sus necesidades, haciendo que no tengan que dejar de jugar para prepararse algo de comer.

Y ése, a quien yo más amo, no porque tenga algo particularmente diferente a ellos, o algo raro o especial que lo separe de los demás, sino porque simplemente, siendo igual de hermoso que todos ellos, fue el primero, el primero de todos que me vio, que se acercó a mí, y que creyó en mí. Y porque él creyó, yo pude amar de este modo, gracias a que él creyó en mí, yo también pude creer en mí y animarme a amar así, mediante el servicio.

Me animé a volver a amar así. El que yo más amo, mi esposo, me miró, tomó mi rostro entre sus manos, me besó en los labios, y me agradeció que los hubiera servido. -Gracias, mi amor. Sos lo más. ¡Ay, cómo te amo!

Y en él, en su beso enamorado, está el amor que me encuentra y que gracias a su beso, por intermedio de su beso, vuelve desde ellos hacia mí. Él es quien me une con ellos, porque él, a quien yo amo tanto, y con quien yo me amo tanto, porque nos amamos juntos, día tras día, él es parte de ellos y yo no. Él está jugando con ellos y yo no. Yo los estoy sirviendo, los escucho, y los veo.

Los veo. Él, a quien yo más amo, es dulce, es tierno, es gracioso. Me necesita, necesita que yo apruebe lo que él hace, necesita que yo esté orgullosa, él me busca todo el tiempo para estar conmigo, porque cuando está conmigo y me ve feliz, él explota de felicidad. Él es mi nexo con ellos.

Él fue quien los trajo hasta mi vida. Él, mi esposo, recibe una dedicación especial de mi amor, pero aunque yo se la dé a él, en realidad, los quiero a todos. Los veo a todos tal como son, veo lo maravillosos que son, cada uno de ellos, por razones distintas. Únicos, y hermosos a su modo, cada uno de ellos. Por razones sencillas. Hermoso porque ama hacer reír a los demás, hermoso porque es el más ingenuo de todos, hermosa porque es la más sensible, hermoso porque ama los espejos del pensamiento especulativo...

Son divertidos, asombrosos, tiernos, sorprendentes, estimulantes, excitantes... Son todo lo bueno, todo lo que causa alegría, paz, asombro, gozo, todo lo que mueve a amarlos... Y contemplarlos, hermosos como son, te llena por dentro. No necesitás nada más, te olvidás de vos mismo contemplando. Vos no importás, ¿cómo pensar en uno cuando hay algo tan bello, tan maravilloso enfrente?

Me di cuenta, hoy, de que soy una privilegiada, y de que estoy re agradecida de poder contemplarlos, de poder servirlos, porque si no los sirviera, no podría contemplarlos mientras son, mientras viven de acuerdo a la hermosura misma, mientras obran con perfección sin darse cuenta, porque simplemente el amor los guía hacia los pasos que tienen que dar, hacia las elecciones correctas...

Me di cuenta de que servir es en realidad el gozo más grande.

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