viernes, 18 de enero de 2013

El derrotero de mi mente

Hoy me resulta bastante difícil arrancar. Pero hay varios pensamientos que me rondan la cabeza y que querría asentar en algún lado. Una de mis últimas reflexiones fue sobre la tiranía de los talles. O algo que podría llamarse, también, el oprobio de la gordura.
Es una realidad que yo estoy adelgazando gracias a una serie ininterrumpida de sacrificios en lo que respecta a la comida. Me alimento a diario de plantas (lechuga), hojas (radicheta, rúcula) y flores (coliflor, brócoli), y como raíces en menor medida (zanahoria), o tallos (apio). Eso, combinado a porciones de carne de distintos tipos (4 veces por semana carne de vaca, 4 veces pollo y el resto, pescado o mariscos magros) y una tostada de desayuno, y un yogur de merienda. Y algunos días, como hoy, mi almuerzo consiste en muchas frutas. Todas las que quiera. Y comento mi realidad, no porque tengo ansias de compartir mi mundo cotidiano, sino para que se sepa desde dónde hablo lo que hablo, porque sé que la gordura es un tema difícil, muy difícil, para el que la vive. Y sé también que dejar de ser gordo es un sacrificio enorme, porque estoy haciendo dieta desde el primero de noviembre.
Pero antes de que cuente por qué retomo este tema, déjenme llevarlos por un derrotero extravagante, y espero que disfruten del viaje. Empezó mi reflexión porque hoy me dediqué a mirar a todo el mundo mientras estuve en la calle. Por lo general, voy inmersa en mis propios pensamientos, sean interesantes o no. Pero hoy quise mirar a los que me rodeaban, y fue una experiencia intensa y mutable, según a quién estuviera mirando. La primera persona que miré fue a un hombre que, de espaldas a mí en el andén del subte, andaba mostrando su piel con una musculosa ínfima. Era alto, caucásico, musculoso y atlético. Su pelo castaño dejaba ver su nuca. Por suerte, también era lampiño. Me gustó mirarlo, aunque no tuviera un culo digno de mención. Pero cuando lo vi de frente en el subte, la desilusión me golpeó como si me hubiera lanzado a las vías a encontrarme con mi final. ¡Se estaba quedando pelado! Y eso no era lo peor: lo más lastimero era que se había dejado una especie de flequillo peinado de modo tal que cubriera sus entradas. Recuerdo haber pensado de mí misma: "bueno, vos tenés canas", y luego, mi propio retruco: "sí, pero conservo mi dignidad". Y ahí cayó el primer soldado, seguido de reflexiones poco profundas sobre la ligazón entre juventud y belleza.
La siguiente persona fue mucho más carnal: una mujer que evidentemente tenía miedo de caerse y ningún lugar de donde agarrarse, por lo que se pegó a mí y apoyó la mano en la puerta del subte, pasándola tras mi espalda. Y así, en el lapso en que el subte recorre el tramo entre la estación Pasteur y la de Callao, frotó su pecho derecho en mi antebrazo, con total desparpajo. Y no me podía mover para ningún lado, porque la tenía a ella al costado, en frente a un hombre de espaldas a mí (quien sólo representó una espalda en mi día) y otro hombre atrás mío y otro más a la derecha, que estaba apoyado en la puerta y a quien la mano de la mujer también rozaba.
No era una mujer joven, pero tampoco era vieja. Y no era hermosa, pero tampoco era fea. No había un ánimo sexual en ese roce, o al menos, eso me pareció. Tampoco había ningún sentido del pudor o vergüenza. Pero en todo el trayecto entre esas dos estaciones, no pude concentrar mi mente en otra cosa que ese roce en mi antebrazo desnudo como consecuencia del calor del verano. No me sentí atraída hacia ella, pero fue una experiencia sorpresiva y extraña porque tampoco me resultó desagradable sentir el calor de su cuerpo tan pegado.
Luego llegó Callao y la arquitectura humana varió, y me alejó de la mujer. Y nadie más en la vía pública tuvo esa intensidad de presencia en mis pensamientos, hasta que volví a salir al mediodía y se sentó frente a mí una mujer joven, muy obesa. Me encontré instantáneamente pensando en cómo sería hacerle el amor a esa mujer. Muy difícil, pensé. Hay mucha carne, mucho cuerpo, cuesta llegar al centro de ella. Sobra demasiado por todos lados, cuesta moverla, levantarla es prácticamente imposible a menos que seas muy fuerte. Cuánto mejor es el sexo cuando tu pareja es delgada y vos también. Y lo digo a esto último, por experiencia propia: porque he estado flaca, delgada y gorda y tuve sexo en los tres estados.
Y así como yo lo sé, lo sabe ella y lo sabe todo hombre o mujer con quien ella quiera acostarse. Pero difícil no es sinónimo de imposible. Sin embargo, pocos son los obesos que se animan a seducir o ser seducidos, porque muchos temen al rechazo. ¿Quién no le teme al rechazo? Inclusive los flacos de este mundo le temen, así que con mucha más justificación lo hacen los obesos, cuyas fallas saltan a la vista sin ninguna dificultad. Pareciera que es un oprobio, la gordura. Una deshonra. Y no una enfermedad, o un problema de salud.
A mí, si me preguntan, no es un oprobio. Pero tampoco es algo de lo cual enorgullecerse, o enaltecer, mal que les pese a las mujeres que, siendo gordas, quieren abogar por la "belleza de las curvas". No puede haber belleza sin salud, y la gordura, cuando se transforma en obesidad, no es sana, al igual que tampoco es sano ser raquítica o hambrearse para alcanzar un peso irreal para tu propio cuerpo. A mí no me gusta ser gorda, y siendo realista, a nadie le gusta ser gorda u obesa, porque te dificulta el sexo, hace que se te paspe la piel de las piernas por el frotamiento, vedándote el uso feliz y despreocupado de polleras y vestidos en verano, que se te junte sudor en los peores lugares, y que te duelan las rodillas al caminar, además de dejarte sin respiración cuando subís una escalera. Y a ello se agrega que mucha gente te mira como si fueras un paria, una especie de morlock impuro.

Así que, propongo que seamos todos honestos con el tema de la gordura, gordos incluidos, y desdramaticemos: ser gordo u obeso es una cagada, pero nadie merece que lo traten mal, que lo miren de costado, o que le hagan el recorrido visual seguido de una risita sardónica, o lo que es peor, que lo dejen de lado socialmente por ser así.

jueves, 10 de enero de 2013

La tiranía de los talles.

La lectura de la nota de tapa del suplemento "Las 12" del viernes pasado me trajo a la memoria todo un sinfín de sensaciones que los kilos de más de la maternidad generaron en mí.
 
Me encuentro con que otras mujeres se sienten, al igual que yo, molestas con su cuerpo, pero tal vez no todas están molestas con su cuerpo en sí, sino con la tiranía de los talles. Todas lo sabemos: a medida que nos hacemos adultas hechas y derechas y dejamos de ser pendejas, si queremos vestirnos como pendejas, tenemos que mantener una delgadez que no siempre se puede mantener. Por múltiples razones.
 
Verdades sabidas por todas: con la edad, el metabolismo se adormece, y engordamos más fácilmente, mientras que las dietas no surten tanto efecto. Y para alcanzar ese peso mínimo, se debe realizar un sacrificio enorme, algo para lo cual no todas tienen la fuerza de voluntad necesaria. Los hábitos alimenticios son pésimos: comemos todo el tiempo hidratos de carbono mezclados con proteínas y muchísimas grasas, y muy poca verdura y fruta. No todas hacemos la gimnasia que debiéramos.
 
Las pocas mujeres realmente hermosas consiguen lo que quieren (en tanto se dejen montar, claro), porque es un mundo de hombres, y los hombres poderosos les dan cualquier cosa a las mujeres hermosas, para tenerlas como trofeo y montarlas. Las mujeres hermosas, cuando envejecen, dejan de ser hermosas y ya no sirven como trofeo. Por eso están obsesionadas con los tratamientos estéticos, y por eso son reemplazadas por trofeos más jóvenes cuando cumplen 50 aproximadamente.
 
Las mujeres hermosas son engreídas en su gran mayoría, y disfrutan haciendo que las feas y las gordas se sientan mal, por eso les refregan su hermosura siempre que pueden, o les señalan sus deficiencias estéticas con comentarios sardónicos o lo que es peor, disfrazan sus comentarios de bienintencionados. Disfrutan cuando sólo ellas pueden usar determinados diseños.
 
Las feas y las gordas tienen que esforzarse el doble para cualquier cosa que quieran hacer. Gorda no equivale a fea, pero muchos hombres nunca tocarían a una gorda a menos que estuvieran desesperados. Muchos hombres directamente no miran a una mujer gorda. Es como si la gordura deviniera en invisibilidad. Una gorda no es objeto de deseo. Pero, siendo justa, un gordo tampoco, para la gran mayoría de las mujeres, incluyendo las que son gordas.
 
Los negocios de pendejas tienen talles muy chicos. Apenas 4 o 5 talles, de 38 a 42 nada más, porque de lo contrario unas "vacas" andarían luciendo sus modelos. Y no quieren eso, no quieren ser "la marca de las gordas". La mayoría de las mujeres siente vergüenza y/o descontento a causa de su propio cuerpo.
 
Y ese descontento lo sienten incluso las mujeres que no son gordas. Porque la tiranía de los talles abarca a mujeres que están en un peso sano, desde el punto de vista de los índices de masa corporal. Sin ir más lejos, las mujeres altas tienen mayores problemas de conseguir ropa en los negocios de pendejas, porque arrancan con talles más grandes. Si no están en un peso mínimo, sino sano, tampoco consiguen determinados modelos de ropa.
 
Volviendo a la gordura, déjenme decir que es mala para la salud. Demasiado peso arruina las articulaciones, comer de más puede ocasionar problemas de colesterol, de diabetes, de triglicéridos. Pero no me quiero poner técnica. No soy médica, asi que tampoco quiero hablar por boca de ganso. Claro que estamos hablando de una gordura que no es sobrepeso, sino que es obesidad, que excede determinados límites. El sobrepeso no debería ser tan traumático y sin embargo, lo es, por causas culturales. Y tiene razón la cronista de "Las 12". Se sufre mucho, en especial durante la adolescencia. 
 
¿La solución? No es una ley de talles. No es una bucólica hermandad en la que nadie ve si estás obeso o no: la obesidad es mala para la salud, por ende, no debe promoverse que existe belleza en la obesidad. Sin embargo, tampoco debe estigmatizarse. La solución es el fortalecimiento personal, la determinación. El cambio de paradigma de belleza: belleza es salud, por ende, más o menos tetas, más o menos cintura, más o menos culo, no importan, en tanto exista salud. Somos un ser espiritual que se manifiesta mediante un cuerpo, que existe mediante un cuerpo. Dejemos de preocuparnos entonces tanto por la belleza de ese cuerpo, y busquemos su salud, y embellezcamos nuestro espíritu con sabiduría, alegría y buenas acciones. La gente engreída de su cuerpo está presa de lo material, y cuando su juventud se desvanece y gradualmente dejan de ser hermosos, sólo les queda quererse cada vez menos y volverse amargados por su gradual descenso hacia la fealdad de la vejez.
 
 

martes, 8 de enero de 2013

Intitulado

Esta noche quiero regresar
al abrigo de tus brazos,
al calor de tu mirada,
a tu corazón constante y fiel.
 
Quiero echar raíces
en tus risas,
y encontrarme
en el misterio
de esos dos rostros pequeños,
regordetes, redondeados y suaves,
luminosos e iluminados
por tus besos, tus caricias, tus abrazos.
 
Esta noche sólo quiero
que el amor sea en nosotros.

jueves, 3 de enero de 2013

Gratas sorpresas

Cada tanto, las elecciones que tomaste de modo cotidiano te traen una consecuencia novedosa e inesperada. Así me sucedió cuando me topé con una reseña de la vida de Klimt hecha por un bloguero que sigo, y gracias a él me enteré de que tres de las pinturas del austríaco se consumieron en un incendio: Filosofía, Medicina y Jurisprudencia. Buscando en Internet, encontré fotos (lamentablemente, en blanco y negro) de las tres y me asomé a un mundo mágico: ése que existe dentro de una verdadera obra de arte. Y aclaro que las verdaderas obras de arte son aquellas en las que existencia, pensamiento, emoción y acción confluyen en una misma cosa, con simultaneidad real de espacio y tiempo.
 
La obra "Filosofía" es gloriosa. Mirarla es observar la eternidad, entendiendo eternidad no como omnipresencia, sino como nosotros podemos entenderla, que es a modo de supresión del "yo", ese "yo" que radica en la autopercepción, en una separación entre pensamiento y acción, o para que quede más claro, entre pensamiento y el ser que es, o está siendo. Para explicarme mejor, cuando miré esa obra, vi que en ella había unidad entre emoción, pensamiento y ser, que la obra misma era pensamiento y emoción y ser.
 
Me voló la cabeza. Tanto, que me hizo incluso pensar en qué consiste ser hombre, en cómo nos relacionamos con el misterio del mundo, y creo que lo hacemos porque un buen día, creyendo que con eso ganábamos una ventaja, empezamos a dar un giro sobre nuestras propias facultades de pensamiento (no en ellas, sino sobre ellas) y nos dimos cuenta de que estaban allí, y a partir de ese momento perdimos la unión con la eternidad, dado que le pusimos un antes y un después a todo lo que pensamos, una ligazón de causas y consecuencias. ¿Será eso el pecado original? Sucede en cada hombre, porque hay un punto en el que todos dejamos de actuar-pensar con imágenes, para pensar con conceptos y divorciadamente de nuestro accionar. Aunque raramente y muy de tanto en tanto, algo nos recuerda esa unidad de emoción y pensamiento y ser.
 
Así que, en el día de hoy, me dedicaré a disfrutar de esta grata sorpresa.