Hoy me resulta bastante difícil arrancar. Pero hay varios pensamientos que me rondan la cabeza y que querría asentar en algún lado. Una de mis últimas reflexiones fue sobre la tiranía de los talles. O algo que podría llamarse, también, el oprobio de la gordura.
Es una realidad que yo estoy adelgazando gracias a una serie ininterrumpida de sacrificios en lo que respecta a la comida. Me alimento a diario de plantas (lechuga), hojas (radicheta, rúcula) y flores (coliflor, brócoli), y como raíces en menor medida (zanahoria), o tallos (apio). Eso, combinado a porciones de carne de distintos tipos (4 veces por semana carne de vaca, 4 veces pollo y el resto, pescado o mariscos magros) y una tostada de desayuno, y un yogur de merienda. Y algunos días, como hoy, mi almuerzo consiste en muchas frutas. Todas las que quiera. Y comento mi realidad, no porque tengo ansias de compartir mi mundo cotidiano, sino para que se sepa desde dónde hablo lo que hablo, porque sé que la gordura es un tema difícil, muy difícil, para el que la vive. Y sé también que dejar de ser gordo es un sacrificio enorme, porque estoy haciendo dieta desde el primero de noviembre.
Pero antes de que cuente por qué retomo este tema, déjenme llevarlos por un derrotero extravagante, y espero que disfruten del viaje. Empezó mi reflexión porque hoy me dediqué a mirar a todo el mundo mientras estuve en la calle. Por lo general, voy inmersa en mis propios pensamientos, sean interesantes o no. Pero hoy quise mirar a los que me rodeaban, y fue una experiencia intensa y mutable, según a quién estuviera mirando. La primera persona que miré fue a un hombre que, de espaldas a mí en el andén del subte, andaba mostrando su piel con una musculosa ínfima. Era alto, caucásico, musculoso y atlético. Su pelo castaño dejaba ver su nuca. Por suerte, también era lampiño. Me gustó mirarlo, aunque no tuviera un culo digno de mención. Pero cuando lo vi de frente en el subte, la desilusión me golpeó como si me hubiera lanzado a las vías a encontrarme con mi final. ¡Se estaba quedando pelado! Y eso no era lo peor: lo más lastimero era que se había dejado una especie de flequillo peinado de modo tal que cubriera sus entradas. Recuerdo haber pensado de mí misma: "bueno, vos tenés canas", y luego, mi propio retruco: "sí, pero conservo mi dignidad". Y ahí cayó el primer soldado, seguido de reflexiones poco profundas sobre la ligazón entre juventud y belleza.
La siguiente persona fue mucho más carnal: una mujer que evidentemente tenía miedo de caerse y ningún lugar de donde agarrarse, por lo que se pegó a mí y apoyó la mano en la puerta del subte, pasándola tras mi espalda. Y así, en el lapso en que el subte recorre el tramo entre la estación Pasteur y la de Callao, frotó su pecho derecho en mi antebrazo, con total desparpajo. Y no me podía mover para ningún lado, porque la tenía a ella al costado, en frente a un hombre de espaldas a mí (quien sólo representó una espalda en mi día) y otro hombre atrás mío y otro más a la derecha, que estaba apoyado en la puerta y a quien la mano de la mujer también rozaba.
No era una mujer joven, pero tampoco era vieja. Y no era hermosa, pero tampoco era fea. No había un ánimo sexual en ese roce, o al menos, eso me pareció. Tampoco había ningún sentido del pudor o vergüenza. Pero en todo el trayecto entre esas dos estaciones, no pude concentrar mi mente en otra cosa que ese roce en mi antebrazo desnudo como consecuencia del calor del verano. No me sentí atraída hacia ella, pero fue una experiencia sorpresiva y extraña porque tampoco me resultó desagradable sentir el calor de su cuerpo tan pegado.
Luego llegó Callao y la arquitectura humana varió, y me alejó de la mujer. Y nadie más en la vía pública tuvo esa intensidad de presencia en mis pensamientos, hasta que volví a salir al mediodía y se sentó frente a mí una mujer joven, muy obesa. Me encontré instantáneamente pensando en cómo sería hacerle el amor a esa mujer. Muy difícil, pensé. Hay mucha carne, mucho cuerpo, cuesta llegar al centro de ella. Sobra demasiado por todos lados, cuesta moverla, levantarla es prácticamente imposible a menos que seas muy fuerte. Cuánto mejor es el sexo cuando tu pareja es delgada y vos también. Y lo digo a esto último, por experiencia propia: porque he estado flaca, delgada y gorda y tuve sexo en los tres estados.
Y así como yo lo sé, lo sabe ella y lo sabe todo hombre o mujer con quien ella quiera acostarse. Pero difícil no es sinónimo de imposible. Sin embargo, pocos son los obesos que se animan a seducir o ser seducidos, porque muchos temen al rechazo. ¿Quién no le teme al rechazo? Inclusive los flacos de este mundo le temen, así que con mucha más justificación lo hacen los obesos, cuyas fallas saltan a la vista sin ninguna dificultad. Pareciera que es un oprobio, la gordura. Una deshonra. Y no una enfermedad, o un problema de salud.
A mí, si me preguntan, no es un oprobio. Pero tampoco es algo de lo cual enorgullecerse, o enaltecer, mal que les pese a las mujeres que, siendo gordas, quieren abogar por la "belleza de las curvas". No puede haber belleza sin salud, y la gordura, cuando se transforma en obesidad, no es sana, al igual que tampoco es sano ser raquítica o hambrearse para alcanzar un peso irreal para tu propio cuerpo. A mí no me gusta ser gorda, y siendo realista, a nadie le gusta ser gorda u obesa, porque te dificulta el sexo, hace que se te paspe la piel de las piernas por el frotamiento, vedándote el uso feliz y despreocupado de polleras y vestidos en verano, que se te junte sudor en los peores lugares, y que te duelan las rodillas al caminar, además de dejarte sin respiración cuando subís una escalera. Y a ello se agrega que mucha gente te mira como si fueras un paria, una especie de morlock impuro.
Así que, propongo que seamos todos honestos con el tema de la gordura, gordos incluidos, y desdramaticemos: ser gordo u obeso es una cagada, pero nadie merece que lo traten mal, que lo miren de costado, o que le hagan el recorrido visual seguido de una risita sardónica, o lo que es peor, que lo dejen de lado socialmente por ser así.
Así que, propongo que seamos todos honestos con el tema de la gordura, gordos incluidos, y desdramaticemos: ser gordo u obeso es una cagada, pero nadie merece que lo traten mal, que lo miren de costado, o que le hagan el recorrido visual seguido de una risita sardónica, o lo que es peor, que lo dejen de lado socialmente por ser así.
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