El gozo del don
«Pasó la noche orando a Dios. Al llegar el día, llamó a sus discípulos y escogió a doce de entre ellos»
Creo que nuestras hermanas han recibido esta comunicación de gozo que se percibe en muchos de los religiosos que se han dado a Dios sin reserva. Nuestra obra no es más que la expresión de nuestro amor por Dios. Este amor necesita a alguien que lo reciba, y de esta manera, la gente con la que nos encontramos nos dan el medio para poderlo expresar.
Tenemos necesidad de encontrar a Dios, y no le vamos a encontrar ni en la agitación ni en medio del ruido. Dios es amigo del silencio. ¡En medio de qué silencio crecen los árboles, las flores y la hierba! ¡Y en medio de qué silencio de mueven las estrellas, la luna y el sol! Nuestra misión ¿no es dar a Dios a los pobres de las barracas? Pero no un Dios muerto, sino al Dios vivo y amante. Cuanto más recibamos en la oración silenciosa, más podremos dar en nuestra vida activa. Tenemos necesidad de silencio para ser capaces de llegar a las almas. Lo esencial no es lo que decimos, sino lo que Dios nos dice y dice a través nuestro. Todas nuestras palabras serán vanas en tanto que no vendrán de lo más íntimo; las palabras que no transmiten la luz de Cristo, no sirven más que para aumentar las tinieblas.
Nuestro progreso en la santidad depende de Dios y de nosotros mismos, de la gracia de Dios y de nuestra voluntad de ser santos. Nos hace tomar en serio el compromiso vital de llegar a la santidad. «Quiero ser santo» significa: Quiero desligarme de todo lo que no es Dios, quiero despojar mi corazón de todas las cosas creadas, quiero vivir en la pobreza y en el desprendimiento, quiero renunciar a mi voluntad, a mis inclinaciones, a mis caprichos y gustos, y hacerme el servidor dócil de la voluntad de Dios.
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